No sé lo que diferenciaba todo aquello, sólo que me sentía diferente. Algo así como con perspectiva.
El mundo alrededor era igual de catastrófico que siempre, España iba igual de mal y peor, el mundo iba a su bola, con sus guerras, sus hambres y sus métodos. Igual de mal y peor.
Y yo allí dentro de todo ello como un simple hormiguita me sentía diferente. El trabajo, la posibilidad y esa ecuación resuelta.
Algo fuerte dentro de mí, me decía que todo se iba a arreglar por mucho dinero que faltará para el final del mes, para tener un poco de vida. ¡Joder! vivir en puto sistema era una mierda auténtica y no había ningún error de concepto.
El caso es que la primavera nunca llegaba, el hueco para respirar sí y supongo que en eso debía encontrarme porque las fiestas de antaño con sus derivados me parecían estúpidas y vacías de contenido, cómo de verdad eran, y era algo así como que florecía cada mañana dando un pasito más allá.
Y que no me podía engañar, podía pasar por la lógica aplastante cualquier cosa, pero los intangibles y sus cositas eran los que eran.
Total que pasaba mis días entre trabajo, rutina y método, soñando despierta cosas muy concretas y reales.
Leyendo un pellizco, riendo si había ocasión, escribiendo si me apetecía y yendo a los chinos de al lado del trabajo a comprar galletas de chocolate.
No es que hubiera desaparecido nada de mi memoria, todo estaba allí tal cual se quedó, lo que había cambiado era su percepción y me sentía tan segura de ciertas cosas que incluso el tono de voz al hablar era más tranquilo que nunca porque había dado todo lo que tenía dar y no había ni más ni menos.
Todo se reducía a eso, supongo.
Él lo sabía y yo lo sabía. No había más dureza que sea, más verdad que esa, ni más amor que ese.
Cartas a ningún sitio VII
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