Estaba confusa e irritada.
Todo era banal, impreciso, estúpido.
El tiempo por fin se había hecho número y por ello.
MORTAL.
MORTAL.
El espacio con todas aquellas emociones trasmutadas en fingidas narraciones escondían tanto de cada uno de ellos que le sangraba el alma.
Tiempo perdido. Ilusión transitoria. Esperanza ácida.
El protagonismo de sus sentimientos le arrastraba al conflicto de intereses más cruel que jamás nunca aconteció o pensándolo del revés aquél que siempre le acompañó.
Un presente continuo sin escrúpulos, malvado.
Alcanzable con tijeretazos de profundidad y emitidos con una complejidad tan sencilla que resultaba del todo de imposible comprensión.
Porque todo era cierto.
Tan cierto que aterraba.
Y dada la estupidez real que ella fingió no encontrar, el cinismo afilado, las burradas escritas, la intolerancia de lo importante, el fatalismo del negro, la necedad del despotismo, el merengue del rosa, la pornografía del cuerpo, la falta de reflexión, la intransigencia del ego, la humildad subrayada y por eso carente y sobre todo la cantidad de miedo que encontraba.
Se sintió libre de necesidad.
Miércoles de la tercera semana del mes de Enero del año cuatro de una hora irreal.
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