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Ying Yang

Todo pesaba...

Su camiseta de monigotes desnudos señalándose uno a otro diciendo “¡Qué raro eres! . Su cinturón, sus vaqueros y sus botas camperas.
Todo pesaba demasiado y las paredes y el techo cada vez se juntaban más haciendo que su espacio vital se convirtiera en un zulo apestoso de cotidianas trivialidades.
Se marcho a comer sola. Gafas de sol, gabán militar y su música. Salió y sonrió caminando calle arriba. Hacía buen tiempo, podría comprar aquel libro que se había metido dentro de su cabeza gracias a su campo visual en aquella bendita acumulación de vida inanimada y comprar algo frio que comer sentada en mitad de aquella plaza.
Libro. El arte de la guerra de Sun Tzu
Comida. Tres emparedados. Queso con nueces, dos de pate, ración de croquetas, coca cola y una deliciosa palmera de chocolate.
Sentada en la plaza. Detrás de aquel amasijo de hierros en forma de cono que próximamente se convertiría en una árbol de navidad lleno de luces y escuchando música se volvió a encontrar. Era dada a perderse por sus psicodelias mentales dejando de recordar en cual de todas ellas había puesto mayor énfasis.
Llamó por teléfono. No le contestaron. Sonó su móvil apenas unos minutos después y sonrió desde dentro al escuchar aquella voz. No sabía si había tomado una decisión pero supo que solo había una manera de averiguarlo. Volvió a la oficina escribió un par de emails con aquello que sabía que tenía y a toda costa se negaba a fomentar y espero …

2 comentarios:

  1. El Arte de la Guerra!!! Sun Tzu es un gran maestro... Enorme!!!
    Literatura básica! no salgas de tu casa sin ella...
    Tal vez no lo utilizas nunca, pero con esas cosas uno nunca sabe...

    ;)

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  2. ¿Nunca? Nunca es demasiado. Tiempo.
    He estado a punto de comerme mi corazón y machacar al adversario. No te digo más nada...
    ¡Estás avisado!
    ;)

    ResponderEliminar

Ying Yang
UFS: Unión de Folladores Salvajes.
Ufs: Unilateral fusión de sensaciones.

Su amor no era sencillo

Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse.
En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.
Mario Benedetti

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