El mundo se me hacía insensible, previsible y en exceso estúpido. Tanto intelectual cosido de premisas y tanto bálano supurando deseo corrosivo, intrascendente.
Demasiada metáfora exigiendo rozar la tinta con la que romper
Quería volver a escribir encontrando mi razón de ser pero sólo podía decorar la punta de su deseo con las manchas de mi sangre entre la debilidad y el orgasmo.
Su historia me había suavizado la garganta y la temperatura ambiente de su relato, las cuerdas vocales.
Aquella extraña sinceridad me envolvía el cuerpo en una carcasa de pensamientos sin emociones y tanto calor me estaba matando el ánimo.
Tenía la sensación de que iba a morir reventada de límite, de grados centígrados y sin presión arterial ninguna.
Lo que me salía del ánimo y las ganas era describir mi alma sin ataduras como un torrente de aguas huecas. Entre ruecas tejiendo la sinfonía de las emociones a flor de piel. Sudor de la brisa de la mañana que barajado entre párrafos declamaba gotas incomprendidas de versos camuflados.
Su piel sudaba neuronas explotadas en coherencias internas, lujurias y lenguas de fuegos.
Demasiada metáfora exigiendo rozar la tinta con la que romper
una pantalla descosida, un grito mudo, un letargo intruso de palabras muertas.
La oscuridad con su silencio diáfano y lleno.
De infinitos, de sudor neuronal, de querencias ilimitadas, de acompañadas insatisfacciones de letanía.
Hace tanto que escribí ésto, que quizá no lo recuerdo ¿Por qué quiero contar el infinito?.
Qué estupidez tan extraña debe ser esa que nos hace irreales.
Deseos, susurros y células de plasma.
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