Quería ganar el premio a la benevolencia y escribía en cómodos ademanes su infraestructura.
Destilaba las palabras, las fundía...
Era el gran orador de la palabra escrita, ya fuera a párrafos o a renglones.
Pero realmente no le gustaba escribir, le gustaba escuchar el inconfundible sonido de su teclado con cada una de sus letras y demases signos para el entendimiento escrito.
Fundía el sonido con las letras, con la mente...le encantaba esa plenitud de hombre máquina. La pantalla era su espejo y con cada jodida palabra, pintaba un rasgo de su rostro.
Era difícil saber a ciencias exactas porque allí empíricas no había, si se veía el salvador del mundo en guapo, el edil del pueblo de los pornográficos en feo, o sólo uno más de los miles.
En cualquier caso destilaba un profundo amor por lo invisible, qué como todos sabemos, no se puede ver pero sin duda expresar con la suma. Con la suma condicional y precisa del talento y la palabra.
Me gustó mucho leérmelo y aprendérmelo, hasta que me lo supe, tan bien, tan bien...que dejó de ser importante.
Era un simple y sencillo mortal igual que todos los demás especiales.
Era un simple y sencillo mortal igual que todos los demás especiales.
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