Cinco grados dónde no estoy y las dos y cuarto dónde existo.
Sin sueño, limitada por la constante vital de mi cuerpo e infinita allá donde quiera llevarme la imaginación.
La intensidad, ahí es dónde quiero estar.
En el silencio de nuestros cuerpos y la ambigüedad del tacto, humedeciendo mi deseo, sintiendo tu deseo, llorando excusas que escriban de otras cosas.
Sin escribir la poesía que me causas y pensando el odio que no siento mientras el insomnio se come los minutos de esta noche y el pop español más acústico que me gusta atrona en mis oídos.
Vetusta Morla, Klaus & Kiski, La Sonrisa de Julia...ese puntito tan entre una cosa y otra que me ablando,
Y el mundo se me hace un tuiyo y me cabreo por la sincera versión de lo que es.
(...) y se acabó ahí. Las palabras, porque luego vinieron los versos, el transitivo y el azogue, que fluctuaba al peso de mis adentros queriendo contener un silencio que chillaba.
Ese mío tan propio y que coloreo a letra y matiz de vez en cuando al tono de lo que surge.
Y ahora a ocho grados digitales y demasiados de raíz,
con los pies fríos y el retantan a tope de deseo y ansiedad, me clama el verbo.
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