Se tiró en la cama con el único afán de querer poder llorar.
Nada.
No había nada, se lo habían llevado todo, absolutamente todo, le habían arrasado el alma.
Nunca más confiaría en nadie.
Quebró la barra espaciadora y nunca más volvió a dar al enter.
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Tampoco es para decir nunca.
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