No sé porque me dejé matar y allí todo estaba en calma.
Sí todo en calma.
Él había desaparecido de mi esternón y del entrecejo de mi entrepierna.
Pensaba y sentía de una vez.
La soledad más arraigada lo había evaporado, entre tanto contaba los ladrillos mientras un poeta declamaba versos imposibles y mis letras llenas de huecos que nunca había aprendido, quería pornerlas voz, voz con volutas de susurros de rizos blancos.
Estaba viva y me encontraron entre birras y kilos de música, sonriendo al mundo inspiración, sin sombras ni hilos recosidos de pus.
Un poema simple me rondaba la cabeza, sin metáforas, ni recorridos inteligibles, podía sonreír porque no me había muerto.
Nunca supe porque me dejé matar, mientras allí, todo estaba en calma.