Me escuece la circunferencia en el transcurso de su perímetro
Su lenta imposición de puntos, sus líneas rectas de segmentos nanocurvos, esa sencilla inmediatez del arco oculto.
Su cómoda resistencia a la imperfección más absoluta, la equidistancia a su epicentro, el insulto ignorado de su recorrido, la grandilocuencia de su sutileza.
Su letra griega y sus radios.
Su infinita rigidez en la forma, su terrible y asombrosa perfección.
La geometría cierta de su presencia, su amante de lo cuadrado y su apotema.
Su línea infinita sin aspiraciones, sus trescientos sesenta grados con sus radianes, sus fórmulas matemáticas y sus decimales de sobra...
Porque la perfección. No existe.
Don Militaro y Doña Clítoris.
Don Militaro y Doña clítoris eran una eterna sucesión de signos ortográficos y onomatopeyas libres de interpretaciones.
Nadie podía entender, ni siquiera ellos, cómo habían envejecido juntos después de tantas batallas, pero es que, a Doña Clíto el tal Militaro la ponía malita de todo;
sin sucedáneos.
Y la Clito, al desprevenido figurante que apareció sin matriculas de honor;
sin antecedentes.
Y así día tras día, y sin tan siquiera ellos saberlo, se juraron amor eterno entre las batallas, los armisticios y los baile de salón.
Ahora viendo su foto con las puntas dobladas y muerta de color, entiendo su delirio.
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