Ni un sólo celaje en todo lo que da de si, perspectiva.
Ni dudas ni posibilidad de que las haya.
Lenguaje sin ortografía ni interpretación, código máquina a chorros que se reflejan en cristales carentes de agua.
Los tan amados números unos y los odiados ceros. Programación sin conciencia, sólo un proceso inanimado.
Su piel es de color tornasol y su locura finita. Las lágrimas de una condena impregnan sus ojos de un delirio aparente.
Se ciñe a mi cintura y yo sujeto su rostro para besarle y su cabeza para que no la cercene nadie.
Eso siempre ocurre antes o después de que los ritmos cardíacos se nos reconcentren en el eterno recorrido de buscarnos el placer. En los fragmentos rotos de la piel nos rozamos las cicatrices y nos suspiramos el dolor.
Esclavos de nuestra añorada inmortalidad y nuestro delirios de grandeza, nos amamos mucho más de lo razonable, mucho más que cualquier principio básico recomendable.
Nos creemos los dioses de nuestro amor y el discurso de nuestros fluidos. Nos bebemos la existencia queriendo nacer de lo que está muerto porque vivimos sabiendo qué más allá de nosotros no hay nada.
A New York porque siempre he querido visitarla.
A Blade Runner porque es una de mis películas.
y
A "...delirio de mi locura...", porque me da la gana.
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